Nikolai Alva Ponce
Economista por la Universidad del Pacífico
Director Gerente- GAMAN CONSULTING
Director Gerente- GAMAN CONSULTING
En la Holanda de los años 1630 parecía que el precio de los tulipanes crecería ilimitadamente y casi todas las personas –desde los más ricos a los más pobres–, debido a que los beneficios de este negocio eran enormes, invirtieron en el mercado especulativo de tulipanes. A pesar de las sensatas prohibiciones del Gobierno holandés que los llamaba windhandel, “negocio de aire”, por las dificultades de ejecución contractual que generaba, se creó un mercado de futuros a partir de los bulbos de los tulipanes. De repente, un buen día –nefasto para la mayoría de holandeses–, el 6 de febrero de 1637 para ser más exactos, no hubo compradores para los tulipanes: la burbuja estalló y los precios cayeron abruptamente. Muchos se habían prestado sumas enormes para comprar flores que ahora no valían nada. Las quiebras generalizadas y, finalmente, el pánico llevaron a la economía holandesa a la ruina.
Aquella crisis, de manera similar a la norteamericana actual, aconteció ‘inesperadamente’ y en medio de la bonanza. En ese sentido, una de las causas de las burbujas –y son muchas– sería la excesiva acumulación del capital financiero, el cual debido a su abundancia termina siendo sobreinvertido en papeles cuyo valor intrínseco difiere mucho de su valor bursátil, y luego –como ya todos saben– estalla la burbuja. Entonces, cada vez que haya una excesiva acumulación de capital financiero, estaríamos en riesgo de que aparezca una burbuja ya que, dicho excesivo capital desbordaría a los analistas, quienes al no saber donde invertir –por más racionales que fueren– se verían impelidos a hacerlo en acciones o proyectos de rentabilidad dudosa. Así, y con mayor razón al no haber la regulación adecuada que limite las inversiones imprudentes, la burbuja se infla.
¿Y por qué se acumula el capital financiero de manera excesiva? Las causas pueden ser varias, desde aquellas originadas en el sector real (como, por ejemplo, la crisis de la deuda y los petrodólares), como aquellas puramente especulativas. En las últimas ha sido recurrente que la racionalidad de los agentes financieros y del sistema en su conjunto sean puestos en tela de juicio; recuérdese los animal spirits keynesianos, donde las expectativas de los inversionistas oscilan permanentemente entre la confianza y el recelo. Ya lo dijo también Newton tras perder una fortuna en la “Burbuja de los Mares del Sur” (el crac de 1720): “Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”, o el ilustrativo título que Charles Mckay, testigo de la burbuja de los tulipanes, dio para referir dicho episodio: Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes.
Recordemos la crisis: “Punto Com” de fines de los años 1990 y comienzos de los años 2000, donde del excesivo entusiasmo por los beneficios futuros de las empresas tecnológicas, que motivaron su espectacular alza, se pasó a la desconfianza ante la ausencia de rentabilidad. Sin embargo, ello no desencadenó una crisis en la economía estadounidense porque la corrección de precios se dio relativamente pronto, una parte de ese capital financiero migró hacia los commodities de materias primas (lo cual es una de las explicaciones del alza de estos durante los últimos años) y, fundamentalmente, porque gran parte fluyó hacia el sector hipotecario gracias a las regulaciones –o la falta de ellas– que incentivaban las inversiones en este sector, generándose la última burbuja.
Empero, ¿a dónde habrá ido a parar el capital financiero que inflase la anterior burbuja? ¿Se estará gestando una nueva? Quizá, sí. Actualmente, junto con la caída drástica de los índices bursátiles y la gran volatilidad, se vislumbra que, buscando una mayor seguridad, mucho del capital financiero se estaría concentrando en bonos del tesoro estadounidense –activos libres de riesgo, según los libros de texto–, lo cual resulta un tanto irónico por ser Estados Unidos precisamente el país en crisis. Así, ello podría ayudar a que dicho país se recupere de manera más rápida de la crisis, como también podría estar generándose una nueva burbuja: “La burbuja de los T-bonds”, una burbuja de activos ‘libres de riesgo’ aunque sea paradójico decirlo.